Aquí contamos sobre nosotros, la danza, aquello de bailar y no morir en el intento, el dulce amargo de crear, el vicio insaciable  de viajar y todo aquello que significa andar en Malas Compañías.

Israel

No es fácil recuperarse de ser tocada por un genio. O un duende loco. O un bicho, como lo llaman con cariño su equipo de compadres. Yo no sé aún como pensar a Israel Galván luego de haber tomado su clase maestra, haberlo visto en escena y compartir algo de cerveza y salsa en un legendario bar de Cali. ¿Qué es eso que pasa por tu cuerpo, Israel Galván, que te hipnotiza de esa manera cuando estás en escena?.

Créanmelo. Esa transformación es tan extraña como -ademas- su decisión (o impulso quizá sea la palabra correcta) de romper la concepción tradicional del baile Flamenco y usar otros movimientos, actitudes, silencios o (como lo quieras llamar) que no hacen parte de la concepción purista de este arte que es todo tradición; una tradición ya universal que funde cante, danza y algunos instrumentos ya icónicos (… ¿todo tradición?…). Entre ellos los zapatos del bailarín. Israel, además, parece que intencionalmemte mezcla en su lenguaje coreográfico el alfabeto de la danza contemporánea porque seguramente -al parecer- ha pasado horas haciendo piso, diagonales, saltos y barra. Pues, yo siento eso cuando baila: “¿Ha estudiado usted danza contemporánea, Maestro?” -me dirijo con respeto- “… Bueno… unas dos o tres clases quizá…”.

Si no es así, entonces ¿Que sustancia contiene? Camina muy ligeramente encorvado. Y en escena salta con la agilidad de un gato.

Advierto: no soy una experta en flamenco, ni mucho menos. Estudié unos años aquí en Medellín con profesoras colombianas o de Cuba (esa es otra historia) pero ni remotamente estuve cerca a lo que realmente sentí que podía ser el Flamenco, cuando me paré un día soleadísmo en los barrios gitanos del Albaicín y Sacromonte. En esa Granada, ciudad que flota en su tiempo. Allí respiré algo. Eso… 

Eso, que me sorprendió días más tarde en Sevilla. Eso… el Flamenco.

Los contextualizo a quienes me leen: el pasado Martes 7 de Mayo de 2019 en el (bellísimo) Teatro Municipal Enrique Buenaventura de Cali, fui devotamente a ver a Israel Galván bailar su obra La Edad de Oro.  La Bienal de Danza de Cali tuvo el riesgo y el tino de invitar a este señor como espectáculo para lanzar su próxima edición. Y bueno, como yo sabía de quien se trataba, de Medellín salté a Cali. Una semana después, sigo insoportablemente alelada. ¿Qué fue lo que ví, eso tan fuerte y misterioso que termina encerrado en un cuerpo masculino delgado, un tanto desgarbado, de talla más colombiana que europea y algo tímido?

Rubén Mendoza, director colombiano de cine, también salió de ver a Galván con aire alelado. “Este hombre” dijo “Está parado en cientos de años de historia”. Sin duda y es parte del misterio. ¿Cuál es la base tan fuerte que él tiene y yo no tengo? No puedo dejar de preguntárme como bailarina y coreógrafa que soy, por qué Israel Galván se ve finamente sujeto a un arnés (si se me permite la metáfora) y no obstante volar como quiere, trepar cualquier pared escarpada y bailar al borde del abismo… adonde quisieran empujarlos sus detractores porque ha revolcado la concepción ortodoxa y comercial del Flamenco. Él parece saberlo y simplemente sigue, porque está firmemente sostenido. No posee la técnica. Ella es parte de su cuerpo, corre por sus músculos tan naturalmente como la sangre. Entonces, si la técnica está sobrepasada ¿que sigue?. Fugarse para donde nadie ha ido nunca, tal vez…

Salgo del trance y lo veo ido, extático, transformado chocando el piso negro con sus pies. Iluminado de manera exquisita, sobria. Verdaderamente Israel baila alimentado por una tradición cultural sólida, una base poderosa, fuerte, bien sembrada con raíces profundas que se remontan fácilmente a los ocho siglos de ocupación mora en España. OCHO siglos. Se mezclan en el Flamenco las migraciones indias, balcánicas, turcas; incluso este arte soporta el vaivén de las carabelas porque se alimenta del tropezón maldito de Colón con América. De ahí salen palos (como se denominan las diversas formas rítmicas del Flamenco) con sabor caribe, sabor nostálgico (para mí): Guajiras y Colombianas, por ejemplo. De todo eso esta construido Israel Galván. Y todo, todo esto se revela y rebela cuando danza.

Pero como al parecer este señor decidió que no iba a ser un mostrario exquisito de la cultura flamenca, entonces uno ve formas en su cuerpo que son cubistas, cotidianas, andróginas, femeninas, borgianas, kafkianas, absurdas, infantiles, Nijinskianas (casi lloro cuando vi unas manos que me recordaron a La Siesta Del Fauno) que navegan en un conteo que traspasan la métrica del flamenco (el famoso 1, 2, TRÉS; 4, 5, SÉIS… etc. Hasta doce) porque los acentos pueden caer en cualquier parte. Cree uno. Israel Galván de Los Reyes sí sabe en donde poner SUS acentos. Él lo tiene todo fríamente calculado. Y nosotros creyendo que esa ligereza, esa velocidad de meteoro era improvisando… ¡no joda!

el escenario es sobrio. Caja negra piso negro. Él tiene un vestuario no vestuario. Camiseta y pantalón negros. Botas negras y en la segunda parte las ya icónicas botas blancas cuyo símbolo en el empeine me hacen pensar en Prince. El zapateado suena perfecto no solo por la maestría de Israel. Sucede que es todo un entramado de micrófonos que tiene distintas potencias y posiciones. Los instala y maneja un ingeniero de sonido más punkero que flamenco llamado Pedro. Así que de repente Israel se traslada a uno de los tercios superiores del escenario y ¡BUM!. La sala se inunda con bajos profundos que resuenan, truenan cada vez que el hermanito de Pastora Galván golpea sus tacones de madera contra el piso. Un concierto de rock sinfónico, entonces. Poetas malditos.

Por eso lo odian. Lo detestan. Prometen puños en las redes sociales para este tipo que no sabe bailar “por derechas”. Comentarios en YouTube así, abundan. Debajo de algún video, como el trailer de Torobaka (dúo con el coreógrafo Akram Khan ícono de la danza contemporánea),  varios desconocidos le prometen una lluvia de “hostias” si sigue en esas.

Y por eso lo aman (temo incluirme).  Hasta el delirio de pararse a rugir de gozo cuando Israel y sus músicos tocados por los dioses, los hermanos Lago, hacen alguna venia. Rugimos todos: Mendoza, la señora de al lado, el empresario que apoyó el evento, su esposa, las que sólo saben sevillanas, los expertos y hasta los acomodadores. Apuesto casi a que muy pocos en el Teatro Municipal sabían realmente RE AL MEN TE a quien disfrutamos. Por algo no estaba lleno hasta los topes. De ahi en adelante todos supimos o intuimos que frente a nosotros sucedió algo más que un bailaor. ¿Que maldita (o bendita) magia reside en ese -tu- cuerpo enjuto, normal, pies raros que no revela descalzo y enfunda en medias de color distinto, cabello levemente gris, aparente inocencia en la mirada? ¿Qué pasa por tu cuerpo, Israel Galván, que abriste una zona impensable en la danza y cuando bailas (cuando bailas bicho, duende loco, genio o lo que carajo seas) entras en trance… de esa manera?

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